Muchas veces es una cuestión difícil en la vida poder decidirse a hablar o callar, sobre todo en cuestiones que son, en palabras sencillas: "por tristezas".
Tras un fin de semana lleno de emociones encontradas, mi corazón y mi lengua no han logrado coordinarse; me cargué de tristeza, alegría y en algún momento de desilusión. Lo más complicado es lograr descifrar cuál sentir hace latir más a mi corazón.
La incertidumbre se genera justo cuando no debería existir; mi alma conocía el resultado final que había entre el amar y el querer, pero como bien dicen Los Cardenales de Nuevo Léon: "tengo un corazón tan necio".
Quizás estoy un poco molesta, no por la situación que yo desde el inicio comprendí y acepté ni siquiera por no haber sido correspondida, si no por cosas en el camino, que a mi opinión, a veces deberían callarse.
Pero cómo pedir guardar silencio si lo que exijo es la verdad.
Vuelve la Pregunta de los 64 mil: ¿Hablar o callar?
Y qué callar o qué decir cuando ya no hay vuelta atrás; ¿rescatar una amistad? Finalmente, esa sigue implícita, es sólo que los sentimientos nos hacen actuar de manera inconsciente, nos ponen caretas de lo que queremos callar y terminamos diciendo.
No quiero ser quien cause unos ojos tristes y menos un conflicto confesado sobre si las relaciones que tenían una buena comunicación y quedaron en términos amigables no puede seguir siendo igual.
Quizás sea cuestión de tiempo, de "depuración de sentimientos", de tratar de entender que la vida nos pone jugadas para "destantiarnos", pero que de todo ese remolino de emociones y confusiones hay una respuesta final que siempre llegará, en el momento preciso.
Los tiempos de Dios son perfectos y se debe saber esperar, aunque en el camino nos llenemos de dudas.
No sé si hablar o callar, porque cuando lo hago hasta la tierra tiembla...